El crítico musical: ¿periodista, experto o bloguero?

La sociedad se ha fragmentado en sectores, la llamada “segmentación de las audiencias»; ya no es como el siglo pasado, donde se vivía en la denominada “sociedad de masas”, con un amplio abanico de audiencia. Ahora se demandan nuevas informaciones y estas son cada vez más concretas y especializadas, focalizadas en un tema o ámbito. Es por ello que el periodismo especializado está en auge y es una de las salidas más demandadas y, a su vez, ofertadas. 

Según Javier Fernández del Moral y Héctor Borrat, el periodismo especializado es un paradigma alternativo. El segundo lo define como:

Una manera de producir textos periodísticos caracterizada por la coherencia interna de esos textos, la correspondencia de sus afirmaciones con la realidad, y la pertinencia de los conceptos, las categorías y los modelos de análisis aplicados, fuere cual fuere el tipo de texto y el tipo de lenguaje escogidos, el tipo de periódico donde esos textos se publican y el tipo de audiencia al que preferentemente se dirigen (Borrat, 1993, p. 82).

La finalidad del periodismo especializado es la divulgación o adaptación del conocimiento científico a un lenguaje accesible a todo el público, sin caer en la vulgarización porque se pierden datos esenciales; el informador debe conocer el tema, pero no igual que el experto, por lo que debe entenderlo y saber explicarlo; recontextualización del mensaje especializado, con cambio de nominaciones, simplificar conceptos, recurso a analogías y metáforas, referencias al marco cultural general y discurso narrativo.

Entre las áreas de especialización está la de cultura. El periodismo cultural, bajo la definición de Jorge B. Rivera, se trata de “una zona muy compleja y heterogénea de medios, géneros y productos que abordan con propósitos creativos, críticos, reproductivos o divulgativos” (Rivera, 1995, p. 19). Por otro lado, Iván Tubau sostiene que el periodismo cultural es “una forma de conocer y difundir productos culturales de una sociedad mediante medios de comunicación masivos” (Tubau, 1982, p. 4).

El periodista cultural ejerce con frecuencia el papel de crítico. Se podría considerar como la persona mediadora entre el público y el creador, y su objetivo no es solo informar sobre una obra, sino también interpretarla, bajo sus criterios y conocimientos, y enjuiciarla. Sus conclusiones e impresiones pueden ser más afines a una audiencia u otra, pero lo que sí es cierto es que están suscritas al debate público e inducen a esta a pensar y sacar sus propias deducciones, aunque estas pueden verse influenciadas por el crítico.

Como ya se ha dicho, se dirige tanto al autor como a la audiencia, que en la mayoría de casos se trata de público segmentado que consume la información a través de los suplementos culturales o de revistas especializadas, aunque ya también hay una sección propia en la mayoría de los medios de comunicación generalistas, pese a tener poco espacio dedicado.

El crítico, además, tiene poder en el mercado: a través de sus trabajos y publicaciones puede hacer que una obra artística alcance cierta relevancia y reconocimiento social hasta llegar al éxito; o, por el contrario, que otras -a priori importantes- pasen desapercibidas entre otras muchas creaciones. Por lo tanto, su nivel de influencia es elevado.

El texto del crítico no está tan marcado por lo que dice, es decir, por sus opiniones, ni a quién se dirige -en parte sí, pero no es lo principal-, sino en cómo se dice, cómo se traslada su mensaje, cómo se sostiene sobre sus ideas y conocimientos, cómo lo interpreta y cómo lo escribe. En resumen, no es tan importante el contenido sino la forma de abordarlo.

Dentro de todas las subáreas de la información especializada, ya mencionadas anteriormente, se encuentra el periodismo musical, tema que abarca este ensayo, además de las problemáticas y debates que se plasmarán más adelante en profundidad.

Antes de hablar sobre el periodismo musical es necesario contextualizarlo: ya a finales del siglo XIX se escribía sobre las composiciones musicales, aunque no era un periodista, ni un crítico, sino que eran los propios compositores y no lo hacían de forma periódica. Eso llegó más tarde. Gracias a la musicología se ha llegado a lo que se conoce ahora como el periodismo musical en la prensa, y al género de la crítica en particular. 

No obstante, no es hasta la década de los 70 cuando se le dio la importancia al análisis de la prensa musical y la crítica. Por lo tanto, la relevancia que adquiere tarda casi un siglo en hacerse evidente. Esta rama de especialización se puede considerar, pese a que ya hubiera documentos antiguos, de las más tardías y nuevas.

En España, como sucede en la mayoría de los casos, la musicología llega más tarde, concretamente lo hace una década después, cuando pasó a ser una disciplina universitaria ya en la era democrática, en los años 80. La prensa siempre fue utilizada de forma habitual como fuente por la musicología española, no tanto los documentos de los compositores como pasaba en otros países europeos.

Jurado y Peña definen el periodismo musical de la siguiente forma (2018, p. 127):

El periodismo musical es aquella especialización en el periodismo cultural que se dedica de manera exclusiva a los entornos musicales en su acepción clásica y popular o alternativa: un área donde sus seguidores (los periodistas) deben tener muy claro cuál es su función y ser conscientes de la enorme responsabilidad que supone formar parte de un mundo cambiante. 

Los periodistas musicales tienen un mayor reconocimiento en el mundo anglosajón: por ejemplo, Robert Christgau en Estados Unidos o Jon Savage en Reino Unido. Junto con muchos otros periodistas de renombre han contribuido al conocimiento de la música popular con la elaboración de artículos, libros y trabajos de relevancia (Shuker, 2001, p. 85). 

Por otro lado, y como ya se ha hablado antes, España está muy alejada del mundo anglosajón, caracterizado por el respeto y el prestigio profesional de sus críticos musicales, mientras que en nuestro país estos mismos pasan desapercibidos sin apenas tener un mínimo de reconocimiento por parte del público y de responsables de las redacciones.

Además de la problemática de la poca relevancia de los periodistas musicales en España, nos encontramos con otra: no hay prensa especializada que sea de renombre nacional ni de referencia, por lo que la mayoría de autores son conocidos por el espacio que se les da en medios generalistas dentro de su sección de Cultura, como ocurre con Diego A. Manrique en El País. El medio especializado más seguido es de origen estadounidense: Billboard en su edición en español. Aunque sí es más visible en la radio.

Sin embargo, existe una asociación de profesionales del ramo, Periodistas Asociados de Música (PAM), creada en 2015. Sus objetivos, según se explica en su página web, son los siguientes: 

“Defender el ejercicio y el buen nombre del periodismo musical en España, frente a terceros que intenten coartar la libertad de información y expresión y el acceso a las fuentes o frente a aquellos que recurran a prácticas negligentes que pongan en entredicho la profesionalidad del conjunto. Impulsar el desarrollo y promoción de la actividad musical española mediante iniciativas como los premios anuales que distinguirán lo mejor de la producción nacional”.

Después de entrar accarezzévole (suavemente) al tema en cuestión, es hora de lanzar la pregunta clave: ¿El crítico musical debe ser un periodista o un experto?

Entiéndase experto por musicólogo y no por aficionado a la música o persona que se considera melómana y escribe crónicas o críticas de forma autónoma. Un crítico musical, a mi parecer, debe ser un periodista. La primera razón y la que considero que tiene más peso y, por tanto, es primordial, sin duda es porque sabe comunicar. Y eso es lo que lo diferencia de los demás expertos.

Pese a lo expuesto anteriormente sobre el origen, y cierto es que los primeros fueron los propios compositores y musicólogos, la comunicación no es su ámbito, así como sí el del periodista. Y más concretamente: el periodista especializado. Por lo que el argumento de que no conoce el tema queda totalmente fuera de lugar. No solo lo comprende, sino que es capaz de comunicarlo y adaptarlo para que se entienda.

En esta línea se sitúa David Saavedra, periodista especializado en música, que explica que, en los trabajos de los periodistas, en sus análisis o críticas, puede que se pierdan muchas cosas: ejecución musical, teoría e historia de la música o técnicas de sonido, y se le reprocha porque el experto sí lo conoce en profundidad. Y estos, por otra parte, pueden tener conocimientos técnicos adecuados sobre ello, pero quizás no tengan la capacidad de comunicárselos bien al lector, detectar qué es lo “verdaderamente interesante en una información” sobre música o conseguir enganchar durante la lectura. Saavedra concluye que, si tuviese que elegir entre los dos, y si se tiene en cuenta que la crítica es periodismo, cree que “un buen periodista lo hará siempre mejor porque, aunque tenga carencias en el otro sentido, lo fundamental es saber divulgar y comunicar, removerle algo al lector”.

“Creo que el crítico musical debe tener nociones básicas de música, pero sobre todo debe haber escuchado mucha música y saber sobre historia de la música”, sostiene Isabel Vargas, periodista cultural de Granada Hoy. A ella le resultan interesante las críticas de discos, pero sobre todo los reportajes y las historias “curiosas”. Se refiere a Diego A. Manrique de El País, uno de los referentes, ya que tiene una visión “bastante crítica del panorama y sabe muchísimo sobre música”, pero, sobre todo, el “valor que tiene es su visión” (subjetiva). En resumen, le interesa un periodista que, más allá de ser musicólogo, sepa sobre las intrahistorias de esos discos o personajes y sepa comunicar con palabras: “Que cuente si el disco que ha sacado es bueno o malo según sus criterios”.

Por otro lado, Sara Morales, periodista musical, considera que no es necesario ser periodista para escribir críticas porque son más subjetivas que objetivas. Sin embargo, para ser un periodista musical cuyo trabajo abarque la crítica, las entrevistas, la elaboración de reportajes, la documentación, artículos de actualidad, “sí es conveniente que lo sea, por ser los periodistas los expertos en el tratamiento de la información”. Además, señala que “hay grandes críticos que no son periodistas” y viceversa, grandes periodistas que no son buenos críticos: “lo importante es vivir la música con pasión, con  emoción, independientemente de la formación académica del sujeto en sí mismo”. También resalta que si uno no es periodista, ve como una “falta de respeto” que digan que sí lo son, “nadie va diciendo por ahí que es farmacéutico o astronauta sin serlo”.

Opinión tienen todos, pero ninguno va a poder comunicar al mismo nivel que un periodista, con brio (con espíritu, vigor), haciendo llegar al lector el mensaje. Porque no solo se debe tener en cuenta la opinión, sino la interpretación, cómo relaciona la obra con la historia o características específicas, y la forma en la que lo hace para que sea comprensible.

Es decir, cabe destacar la división de la finalidad de los trabajos: si se hace una investigación sobre música, es mejor que la haga un experto, un musicólogo, ya que abarca un conocimiento más amplio para ahondar sobre el tema; sin embargo, si se trata de una crítica o de informaciones musicales, ya sea noticias o entrevistas, el único y verdadero director de orquesta es el periodista especializado en música.

Llegados a este punto y para seguir yendo in crescendo, nos encontramos frente a otro dilema al que se enfrentan los periodistas musicales: el auge de los blogs. Desde hace algo más de una década, estos no han parado de crecer, hay miles. Internet lo ha revolucionado todo y eso es algo innegable. Hay interacción, información rápida, inmediatez, distintos puntos de vista… Pero no todo vale.

El periodista especializado en música se encuentra ya no solo con uno, sino con dos “competidores”: a los expertos se le suman los amateurs. Cualquiera que tenga conexión a internet y ganas de compartir contenido puede crearse un blog. El problema está en que eso mismo puede desprestigiar y dificultar la actividad profesional del periodista formado por una sencilla razón: el intrusismo. Así cualquiera se cree periodista por escribir y publicar contenido sin el bagaje que tiene el profesional.

Por lo tanto, no, no es periodista, es un bloguero que opina sobre una canción, un disco o un concierto. Es más cercano a su audiencia por la interactividad y, muchas veces, el lenguaje que utiliza acostumbra a ser más informal. De hecho, hay páginas web que copian y pegan informaciones de otros medios. Eso ya es lo más banal, ya que está copiando el trabajo de un redactor para publicarlo como propio. Pero, como todo, hay blogs y blogs. Así como hay aficionados, también se puede encontrar a expertos, y cada vez más, para compartir sus trabajos. Eso sí, siguen sin ser periodistas ninguno. Y eso es algo que hay que saber diferenciar, ya que la formación del periodista tiene más peso en la redacción y comunicación, no solo opina o comparte sus conocimientos.

David Saavedra aprendió escribiendo en fanzines en papel en los años 90. Está a favor de los blogs y le parece positivo que cualquiera pueda hacerlo. Luego, subraya, tal y como he mencionado, que hay de todo: “Desde gente que tiene espíritu crítico y escribe con enjundia hasta multitud de blogs que cortan y pegan las hojas de prensa de las discográficas. Hay que saber discriminar”.

Pese a todo ello, los periodistas especializados o críticos deben ser conscientes del cambio comunicacional con la llegada de estas plataformas: no se puede vetarlas y hay que aprender de ellas, incluso. La comunicación ya no es unidireccional y tiene que diferenciarse del resto de creadores de contenido con su formación, por lo que cuenta con esa ventaja.

Nando Cruz publicó en 2009 un artículo en la Revista para el análisis de la cultura y el territorio en el que lo definía como “periodismo low cost”, ya que la producción es barata (no hace falta tener título), al igual que el consumo, que no aporta gran cosa. Yo no lo clasificaría como periodismo de ningún tipo. Aunque sí concuerdo con la siguiente afirmación: “El periodismo profesional solo puede apelar al rigor y la capacidad de análisis de sus redactores. Son valores a los que el periodismo aficionado suele anteponer un grado mayor de pasión y, sobre todo desde internet, más velocidad de respuesta” (Cruz, 2009). 

Coincido con la opinión de Isabel Vargas, que considera que los periodistas juegan en otra liga: “Debemos aprender de los blogs y mirarnos en ellos, pero para cambiar estrategias”. Nuevas formas de comunicación, pero sigue sin ser periodismo como tal. Al menos no en todos los casos. 

La más equidistante es Sara Morales. Ella piensa que los blogs hacen una labor importante en el sector porque abordan músicas y escenas que los medios generalistas o especializados de renombre no atienden. “Todo el mundo sabe hablar y sabe escribir. El mundo del periodismo es tan susceptible a millones de debates que no terminaríamos nunca. Creo que podemos convivir todos; y en manos del público hemos de dejar el juicio final sobre el valor de esa información y la calidad del producto que se ofrece”, reflexiona.

En resumen, la persona que mejor encaja con el perfil del crítico musical es el periodista especializado en música, puesto que, aunque no tiene tantos conocimientos como el experto (musicólogo), se acerca mucho por su formación y estudios. Y no solo eso, sino que es capaz de comunicarlo y que llegue a su público o a los interesados. Además, adapta el lenguaje, facilita su comprensión y, bajo sus criterios y en base a sus conocimientos sobre el tema, redacta informando e interpretando u opinando.

Por otro lado, el papel de los blogueros y su notable incremento alertan sobre una nueva forma de comunicar, que es más interactiva y bidireccional, así como más inmediata. No obstante, no hay que confundir al apasionado o aficionado con un crítico musical o periodista especializado, ya que este último tiene una formación sólida y, por tanto, sus trabajos serán más elaborados, con criterio, y no tan pasionales, como suelen acostumbrar los blogs de gente a la que le gusta la música, pero sin formación al respecto.

A fin de cuentas, el experto es como el violín primero, el que marca cada pauta y es el encargado de llevar la dirección de la sonata y guiar al resto de violinistas; el bloguero es equiparable al timbal, que ayuda a seguir el ritmo, es versátil e indispensable, y complementa la melodía; y, por último, el periodista especializado sería el director de orquesta, el representante de la misma y el que interpreta la música.

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